Una primera parte del libro de Ricardo Llamas (Teoría Torcida, Prejuicios y discursos en torno a «la homosexualidad») intitulada Puntos de Partida, recoge los temas de la inflación discursiva del secreto, el régimen de la sexualidad, la dicotomía entre construcción social o esencia, y las realidades gays y lésbicas. El autor, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1966, cuestiona pronto los términos sexo y homosexualidad, entre otros, haciendo notar su suspicacia acerca del origen y uso de éstos.
I.
En este apartado, Llamas se refiere a las prácticas e ideas clasificatorias e identificativas que se vislumbran ya durante el siglo XVIII y que alcanzan su madurez a finales del XIX. Evidentemente, siempre existió «la homosexualidad» si la entendemos como atracción entre personas del mismo sexo. Ocurre, sin embargo, que el concepto y la categoría de homosexual, entendido desde su propio origen decimonónico, tiene una significación mayor a la anteriormente señalada: una enfermedad (hasta hace apenas unos 30 años), una perversión, algo anti-natural y monstruoso, un pecado condenado por la divinidad pero, sobretodo, un tipo sexual, una categoría que arropa al individuo que la posee, calificando todo su ser.
Recibir la confesión y emitir juicio a tal «secreto» era hasta entonces monopolio de los eclesiásticos, quienes no veían al secreto sino que como un pecado más, la «sodomía», falta propia de cualquier hereje y no de un tipo particular. El afán cientificista creó el término «homosexual» y le adjudicó significados añadidos. La ciencia moderna, como expresión del contexto socio-cultural de Occidente, recurre a la “implantación perversa”: le adjudica así a «lo homosexual» unas características y roles específicos, relegándolo a un espacio y tipo determinado: lo homosexual se convertía en lo afeminado, lo andrógino y lo perverso; y con ello se convertía en algo más fácilmente tipificable.
II. EL RÉGIMEN DE
Tal categoría viene a llenar un espacio en la sociedad, el del monstruo homosexual, que cumple el rol de antítesis de la moral, de lo correcto pero, sobretodo, de lo útil y de lo productivo. Foucault se pregunta: “¿Toda esa atención charlatana con la que hacemos ruido en torno a la sexualidad desde hace dos o tres siglos, no está dirigida a una preocupación elemental: asegurar la población, reproducir la fuerza de trabajo, mantener la forma de las relaciones sociales, en síntesis: montar una sexualidad económicamente útil y políticamente conservadora?” El proceso de creación de la sexualidad, campo ejecutado por la psiquiatría, resume a la persona en su sexo (que son sólo dos), y tal concepto abarca el aspecto biológico, social, erótico y espiritual en uno solo. De manera que cualquier otra posibilidad viene siendo una anormalidad. El «homosexual» debe entonces aceptar una doble segregación, la que le condiciona con el sustantivo «hombre» y la otra que le constriñe con el adjetivo que le corresponde.
III. CONSTRUCCIÓN SOCIAL O ESENCIA: LOS LÍMITES DE UNA DICOTOMÍA
“La relación entre la historicidad (el relativismo de dicho régimen) y la inherencia (el determinismo que éste establece como evidente) resulta epistemológicamente contradictoria e intelectualmente conflictiva” (pág. 21). En este apartado, Llamas se refiere a la polémica entre los construccionistas y los esencialistas. Para los primeros, la «homosexualidad», lo que se entiende como homosexual (sus caracteres definitorios), es una construcción social, propia de un contexto histórico, geográfico y cultural. La doctrina esencialista, en cambio, considera que las identidades sexuales son constantes y universales, y que se manifiestan históricamente en la propia conciencia de pertenencia a una minoría sexual particular.
IV. LAS REALIDADES GAYS Y LÉSBICAS Y EL ACCESO A ÉSTAS (Y A OTRAS) SUBJETIVIDADES
No hay comentarios:
Publicar un comentario